Kim Kardashian y la maldición de las mujeres menguantes

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Jueves, 12 de mayo de 2022

Kim Kardashian y la maldición de las mujeres menguantes

Noelia Ramírez

Kim Kardashian y la maldición de las mujeres menguantes

/ Collage de Ana Regina García

"Noelia, qué cambiada, te has enreciado". La frase de mi tío cayó como si alguien hubiese tirado de la cuerda de uno de esos cubos de spa en los que te arrojan varios litros de agua helada sobre el cuerpo. Sin atisbo de maldad, aquellas palabras silenciaron momentáneamente una de esas reuniones familiares distendidas por la llegada de un bebé, encuentros en los que reina una alegría genuina con perfume a polvos de talco y a futuro sin corromper. Fue decirlo mientras cogía en brazos a mi minúscula nueva prima y todas las de mi generación nos echamos a reír buscándonos con los ojos casi en blanco. Menuda brecha semántica generacional traía el cumplido. Para los abuelos, engordar era motivo de orgullo; para nosotras, que crecimos asumiendo que estar delgada es un valor social, el piropo sabía a croissant de cianuro.

Mayo es ese mes de resignación en el que se asume que en la calle no hay filtro belleza, bronceado ni crema que valga para disimular las estrías y celulitis de mis muslos desnudos. Tiene lógica que mis caderas de mujer a punto de cumplir cuarenta ya no sean como las de aquella raquítica e insegura veinteañera, pero mentiría si dijese que no me pasé el viaje de vuelta calculando el diámetro ganado en su circunferencia.

Rosalía en la sauna, envuelta en plástico, lista para sudarlo todo antes de la MET Gala.

Rosalía en la sauna, envuelta en plástico, lista para sudarlo todo antes de la MET Gala. / Instagram/ @rosalia.vt

Si escribo esto porque por mucha pedagogía con las políticas del cuerpo en esta cuarta ola feminista, por mucha rebelión contra nuestra voz censora, la maldición de las mujeres menguantes siempre vuelve a nuestras vidas. El primer amago de toxicidad, como el pinchazo sutil que avisa de una migraña inminente, llegó con Rosalía compartiendo orgullosa en Instagram el asunto de meterse en una sauna asfixiada por plásticos para sudarlo todo y poder pasearse tranquila por una fiesta donde todos la fotografiarían. La alerta no era en vano: horas después, Kim Kardashian acaparó titulares pregonando triunfante en la gala MET su estricta dieta para perder siete kilos en tres semanas con el único objetivo de poder entrar en un vestido siniestro -el mismo que perteneció a Marilyn Monroe en su etapa más cruda-. Qué tristeza, vuelven las fiestas y el hedonismo, pero lejos de celebrarnos por sobrevivir a una etapa sombría, regresan los titulares sobre rendirse al imperativo del sufrimiento en la belleza. Y de uno nada sorprendente.

Ricas, blancas, delgadas (otra vez)

La desaparición paulatina de la Kim Kardashian curvilínea que conocíamos –ese proyecto aspiracional que se ha ido reinventando y metamorfoseando ante nuestros ojos como un Lego que exageraba estándares de belleza imposibles de alcanzar de forma natural– no es flor de una sola alfombra roja. Hace unas semanas, la periodista Rachel Rabbit White ya nos advirtió en la revista Nylon que nos enfrentábamos al fin del reinado del BBL, el del Brazilian Butt Lift o la silueta del reloj de arena, esa en la que el trasero se ha exagerado tanto con cirugía y cinturas minúsculas que todas aspiran a una versión en carne de hueso de Jessica Rabbit.

En su texto, la periodista anunciaba los coletazos de una época canónica en la que Kardashian y buena parte de sus hermanas habían cimentado un milmillonario imperio de estilo de vida apropiándose de los estándares estéticos de la belleza de los márgenes para corregirlos y volver, poco a poco, a otros más conservadores. Que todo ese festival de uñas acrílicas, extensiones de pelo, maquillaje drag y traseros exagerados robados a la cultura negra, a la cultura trans y a las trabajadoras del sexo por imponer un ideal "exótico" está llegando a su fin. Que en TikTok y en internet, y hasta en el vídeo final del desfile de Miu Miu que ha popularizado una minifalda cinturón, todos se ríen abiertamente del BBL como algo hortera.

Impera una nostalgia por las chicas huesudas de los principios de los 2000, la del Y2K y del heroine chic que encarnó Kate Moss. Ese que tuvo a toda a mi generación aguantando la respiración y escuchando sus tripas rugir, soñando con marcar clavícula y ser traslúcidas, prácticamente transparentes. Porque si estamos presenciando algo en el mundo de las tendencias, como ha etiquetado la artista Precious Okoyomon, es el retorno de "la supremacía anoréxica blanca".

Evolución de Kim Kardashian en la gala MET: a la izquerda, en 2019; en el centro, en 2015 y a la derecha, este 2022.

Evolución de Kim Kardashian en la gala MET: a la izquerda, en 2019; en el centro, en 2015 y a la derecha, este 2022. / Getty Images

Llego a este revival de la delgadez sufrida lo suficientemente instruida como para no romantizar la balada de la heroína hambrienta. Aplaudí cuando Alexandra Schulman, la exeditora del Vogue británico, decidió que nunca más publicaría un artículo de dietas en su revista. Dejad a las mujeres comer en paz, dijo a los diseñadores, a los que envió una carta pidiendo modelos saludables. No quise creer a la ensayista Roxane Gay cuando escribió que "nadie quiere oír historias de chicas gordas que ocupan demasiado espacio. La gente prefiere historias de chicas demasiado flacas que se matan de hambre y hacen demasiado ejercicio y que tienen un aspecto gris y macilento y que a simple vista desaparecen" y aquí estamos. No ha pasado ni media década desde que lo enunció y cuánto amarga pensar que siempre tuvo razón.

Entre las múltiples obsesiones de optimización que he impuesto a mi rutina -contar compulsivamente mis pasos, trackear mis días fértiles en una app que (segurísimo) está vendiendo mis datos con fines espurios, jamás bajar de la elíptica antes de que su reloj marque 20 minutos-, mi única bandera roja en esta gamificación de la experiencia femenina que vivimos es la de contar calorías. Practico esa ignorancia deliberada como un acto de resistencia política, rebelándome contra un sistema empeñado en restituir una y otra vez la paradoja de que las triunfadoras tengan que ser las que menos espacio toman. No sé vosotras, pero me niego a creer que la más lista vuelva a ser aquella chica gris macilenta que desaparece paulatinamente de nuestra vista.

Qué he consumido estas dos semanas:

  • Kelly Williams Brown tenía 27 años cuando se inventó la palabra "adulting" y fue la responsable de convertir a la adultez en un verbo y no en la categoría vital delimitada que nos enseñaron. En 2013 se convirtió en una superventas de The New York Times con un libro sobre este invento sociólogico y su vida, de golpe, se vino abajo. Se lo cuenta a Delia Cai en Vanity Fair.
  • "¿Podemos bailar mientras el mundo se cae en pedazos?". Este reportaje sobre la actual escena de club de Tbilisi (Georgia) en Catapult.
  • A propósito de mujeres condenadas a desaparecer, encontrarme en En todos los frentes (Roca, 2022), las memorias de la periodista Clarissa Ward, este apunte sobre las jóvenes rusas de la era de Putin: "Parecían concentradas únicamente en un aspecto perfecto, encontrar a un hombre rico y limitar su ingesta de calorías. Si había un mantra que parecía aglutinarlas era Nunca puedes ser demasiado rica ni demasiado delgada". Y sobre el ansia de hedonismo de los jóvenes de Beirut en plena guerra del Líbano en 2006, una frase para enmarcar: "Quizá es así como sobrevives a décadas de guerra. Quizá solo te golpea cuando la música se detiene".
  • Hazme caso y lee esto

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