Marie Kondo y el farol de las organizadas

Notas sobre cultura, feminismo e intimidad
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Jueves, 2 de febrero de 2023

Marie Kondo y el farol de las organizadas

Noelia Ramírez

Marie Kondo y el farol de las organizadas

/ Collage de Ana Regina García

De niña, en cuanto mi (única) hermana (mayor) salía por la puerta de casa, me infiltraba en su habitación. Viajar del caos de mi cuarto a ese imperio del orden en el que siempre me quise espejar era mi excursión favorita. Ella odiaba que tocara sus cosas, así que aprovechaba cualquier oportunidad para transgredir esa norma. Invadir su armario, su templo, con esa mezcla de excitación y terror que da lo prohibido, era mi momento predilecto. Recuerdo que pasaba mi mano imantada hacia aquellas prendas ordenadas por tejidos, encajadas sin mácula y con precisión cromática. Me gustaba llevarme souvenirs de cada visita. Me probaba sus vestidos y la imitaba frente al espejo. No importa cuánto esmero pusiera en intentar dejarlo todo cual estaba e intentar borrar mi rastro. Ella percibía que algo había desperfeccionado su universo. Siempre me pillaba. 

Llevo toda mi vida intentando ser ordenada. No importa cuánto lo intente, la mía es una misión fallida. A veces, me dan ataques de limpieza justo al salir de casa. Es ahí cuando en mi cerebro sobrevuela lo que un amigo me contó una noche al decirme que le atormentaba la idea de morir de imprevisto y que su madre pudiese ver el estado en el que estaba su casa en esos momentos en los que te evades de todo, incluso de ti mismo. Yo también pienso mucho en cuál sería el aspecto de mi piso si en el transcurso del día alguien o algo me matara. Así que muchas veces recojo a conciencia, poseída, mientras cojo mis llaves y mi móvil, antes de salir por la puerta. Coloco los cojines de la cama como en las revistas, aunque tenga el bolso colgado sobre mi hombro. Friego las copas de vino con el abrigo puesto. Limpio el cenicero y tiro las colillas con los labios pintados. Si me mataran, mi madre vendría a recoger mis cosas, llorando mi pérdida, y su hija seguiría siendo esa que siempre quiso que fuera en su cabeza. 

El tour virtual a la casa de Julia Fox desde su cuenta de TikTok, el anti 'Kon-mari'. Haz clic sobre la imagen para comprobarlo.

El tour virtual a la casa de Julia Fox desde su cuenta de TikTok, el anti 'Kon-mari'. Haz clic sobre la imagen para comprobarlo.


Como prácticamente todo internet, yo también he celebrado que Marie Kondo confirmase que ha tirado la toalla y que, con la llegada de su tercer hijo, se haya relajado y no tenga miedo a decir que su casa está desordenada. Un conveniente giro a su branding personal para alinearse con un ejército de mujeres quemadas que, como ella cuenta, llena su agenda con tantas tareas que acaban agotadas y abrumadas por la ansiedad. No estáis solas y esto ya no funciona, dice ahora Kondo, pero comprad mi próximo libro y os dictaré mi nueva norma.

Muchas ya lo intuíamos, pero ahora se certifica lo que el método kon-mari en realidad fue: otro farol en la performance de las organizadas. Durante años viví mi innata capacidad hacia el desorden y a acumular objetos inútiles como un tormento. Como si tuviese una tara. Al contrario de mi hermana, mi madre, mis tías y primas —divas del Sanytol, maestras de las toallas siempre rizadas y nunca ásperas, cuyas casas tienen suelos tan impolutos en los que más que andar, te deslizas yo siempre me sentí incompleta en esa mística de la limpieza asociada a la buena feminidad.

"Las mujeres que no son naturalmente organizadas a menudo se sienten fracasadas", escribió Virginia Sole-Smith en una de sus newsletters y sentí instantáneamente un cálido abrazo. "Organizar es una droga complicada. Se trata de control y gratificación instantánea. Es algo en lo que soy buena de forma innata, y estaba socialmente condicionada para anhelar y sobresalir, como mujer", escribió. Vaya, otra que se libró de esa tara, pensé; pero al menos ahora sé que mi tortura no es una cosa aislada.

Dos lecturas para combatir el farol de las organizadas: 'La mística de la feminidad' y 'Desear menos'.

Dos lecturas para combatir el farol de las organizadas: 'La mística de la feminidad' y 'Desear menos'.

Más allá de esa performance del orden que ejecuto antes de salir de casa pensando en mi madre o los bomberos, ahora sé que cuando limpio a fondo, cuando ordeno mi vida, es porque me siento ansiosa y estresada. Que la cultura de la organización desprende la misma energía que la de la autoayuda. Que ese "voluntarismo mágico" que conceptualizó Mark Fisher contra el "si quieres, puedes" también ha infectado a la cultura de la productividad o la de la dieta. Sé que ordenar mi librería y mis cajones como pude hacer en mis últimas vacaciones y fue mejor que cualquier viaje es exactamente igual a cuando te compras ese pack de calcetines mullidos a los que te abrazas cuando vuelves a casa. Un espejismo, una ilusión de control, para ofrecer la (falsa) creencia de sentirse a salvo.

"Ninguna mujer tiene un orgasmo fregando el suelo de una cocina", nos dijo Betty Friedan hace ya sesenta años. No llegaremos al clímax, pero qué hay de esa vibración que nos deja orgullosas, sintiéndonos casi completas al verlo todo limpio y ordenado; como si un desconocido nos hubiese inyectado la heroína más pura del mercado.

 Qué he consumido estas dos últimas semanas:

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