Hay semanas en que la sección de un periódico puede alcanzar su máximo punto de ebullición. Días en que confluyen noticias de inmenso calado y hay que procesar muchas noticias en tiempo récord. Muere el presidente de Irán, Ebrahim Raisí, cuando viajaba en un helicóptero. Al día siguiente, la justicia británica frena la extradición de Julian Assange y le permite volver a recurrirla. Ese mismo día, el fiscal británico del Tribunal Penal de la Haya solicita una orden de arresto histórica y hay que preparar unas claves que expliquen sus argumentos para pedir la detención de Netanyahu y de la cúpula de Hamás. Dos días después, el primer ministro británico, Rishi Sunak, adelanta al 4 de julio las elecciones en el Reino Unido… Y mientras tanto, al margen de esa efervescencia, hay grandes investigaciones que se van cociendo a fuego lento. Déjenme contarles una de ellas: Tres colegas de EL PAÍS salieron hace un año a la caza de una gran historia. Son María Martín, de la sección Nacional, especializada en Inmigración, junto a Lola Hierro y Diego Stacey, de Internacional. Les acompañaban en la distancia los coordinadores de la organización Lighthouse Reports junto a periodistas de otros medios extranjeros como Der Spiegel, The Washington Post, Le Monde, IrpiMedia, la televisión alemana ARD, el diario marroquí Enass y el tunecino Inkyfada.
Al cabo de un año, María, Diego y Lola volvieron con este reportaje donde se cuenta cómo las fuerzas de seguridad de Marruecos, Túnez y Mauritania salen de forma sistemática “a la caza del negro” para mantener a los emigrantes bien alejados de la Unión Europea:
Cito este párrafo del reportaje:
“Arrojados en algún rincón del Sáhara, el mayor desierto cálido del mundo, sin móviles, sin dinero, sin agua y hasta sin zapatos, los que sobreviven relatan secuestros, extorsiones, torturas, violencia sexual o ataques de perros azuzados por las fuerzas de seguridad. Una práctica que se aplica de forma sistemática casi en exclusiva contra personas negras y que cuenta con un cómplice silencioso: la Unión Europea”.
Y paso la palabra a Lola Hierro, a la que pedí sus impresiones sobre esta investigación:
“Durante un año, un equipo de 40 periodistas de ocho medios extranjeros hemos trabajado intensamente para documentar estas prácticas draconianas que suponen una clara violación de todos los tratados internacionales sobre derechos humanos. Ha sido un año agotador, nos hemos visto enterrados en centenares de documentos, de testimonios de supervivientes, de pruebas de imagen y vídeo de esos destierros forzosos… En realidad, lo que el lector puede ver y leer, que es mucho, supone una mínima parte de lo que ha pasado por nuestras manos, porque esta es una práctica masiva y sistemática. El esfuerzo ha valido la pena porque ha puesto luz sobre algo que ya era un secreto a voces, pero que no se había podido demostrar hasta ahora. Ojalá sirva para que Bruselas mejore lo que haga falta para garantizar que nadie más pase por algo así”.
Ahora, cedo la palabra a Diego Stacey:
“Yo estuve a cargo de desarrollar la sección de Túnez, la cual tenía una de las historias mejor documentadas de esta investigación: la de François, un camerunés de 38 años, que fue desterrado a una zona desértica cerca de la frontera con Argelia tras ser interceptado en el mar cuando intentaba llegar a Italia. Su relato, apoyado en una larga entrevista hecha por otro periodista de la investigación a mediados de abril, cuenta también con un amplio material fotográfico que él mismo tomó con su móvil”.
“Saber que su historia no es una excepción, sino un fenómeno que lleva años y que es de sobra conocido en las oficinas de Bruselas, te hace reflexionar mucho sobre los hilos invisibles de la política europea de migración. Cada vez se estudia más cómo externalizar el proceso del asilo y cómo impedir que lleguen más personas a Europa cuando se deberían estar priorizando medidas para que los países con los que coopera la UE respeten plenamente los derechos de los migrantes”. |