Notas sobre cultura, feminismo e intimidad ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏ ͏
| | | | | Notas sobre cultura, feminismo e intimidad | | | | | |
'La Madonnina', un relato visual de Mayte Gómez Molina | NOELIA RAMÍREZ | | La Madonnina de la aguja de la catedral de Milán. / GETTY | | | |
A la investigadora Mayte Gómez Molina (Madrid por accidente, Granada por sangre, 1993) primero la conocí como @ingratabergman, su alias en su cuenta de Instagram. Todo me interesaba en aquel rincón de arte político donde confluía el cuerpo y la extrañeza de nuestra identidad en la esfera virtual. Cuando descubrí Los trabajos sin Hércules, el poemario que publicó en Hiperión y con el que ganó el premio València Nova, el flechazo se completó. La contacté, por mail y después por vía telefónica, para charlar para un reportaje sobre su "viernes de derrumbe, sábado de descanso, domingo de pánico" que tan bien define los estragos de la cultura laboral (siempre vuelve a mí su "Todo el mundo se despierta con el mismo sonido del despertador / Y, sin embargo, / qué solas estamos"). Fue encantadora.
Como ya andaba colgada intelectualmente, no me sorprendió que en Amiga Date Cuenta, el podcast que copresento con Begoña Gómez Urzaiz, el escritor Pol Guasch recomendase a las oyentas la participación de Gómez Molina en el Emotrip del Bivac del CCCB de hace unos meses y que podéis ver aquí. De esa lectura, en parte, nació Circuito cerrado de vigilancia, su segundo poemario que ahora publica Cielo Santo y que estoy deseando leer en cuanto la vida me dé un respiro.
Antes de desvirtualizarnos y poder charlar cara a cara en Sant Jordi, contacté con Mayte para que escribiera algo en este rincón de gente de bien desde donde se envían cartas personales que recibís cada dos jueves. Espero que os guste tanto como a mí esta combinación de relato visual y escrito sobre todas las contradicciones que nos asaltan al ser turista. En todas las imágenes, tomadas por Mayte, se enlaza el vídeo que acompaña la lectura.
No sé vosotras, pero yo no dejo de pensar en ese "¿buscaría la policía en los ojos de La Madonnina la objetividad?".
Nos leemos en dos semanas. Podéis (debéis) seguir a Mayte Gómez Molina en Instagram.
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LA MADONNINA, por Mayte Gómez Molina
Llegamos tarde a la visita que yo he planeado para las 09:00h de la mañana, en el primer turno. A pesar de estar agotada y de saber que él también lo está, nos arrastramos de la cama a las siete menos cuarto, pensando que así seremos los primeros, que a esa hora no habrá nadie. Soy el peor tipo de turista: esa que normalmente viaja por trabajo y que visita lo más importante de la ciudad con prisa y casi por condescendencia, de pasada, pensando que no hace turismo, que respetuosa y responsable, se camufla en la ciudad.
Todos los turistas creen que son mejores que los otros turistas, más listos y menos invasivos. Es una dolencia pasajera que se cura rápidamente cuando pagas un precio desorbitado por algo o te encuentras con cientos de personas que realizan la misma exclusiva visita que tú. Nosotros vamos a primera hora al Duomo porque pensamos que estaremos solos en la visita, un domingo, en Milán. La luz de las ocho de la mañana ya es demasiado para mí y tengo que ponerme las gafas de sol, aunque creo que también lo hago por construir un velo oscuro entre las cosas y yo, un dique que lo contenga todo, algo más duro que la gelatina de mi retina agotada. Unos indigentes caminan directos hacia el policía que corta la calle y le hacen gestos amistosos. Una mujer muy joven camina al lado de un señor mayor: los espera un coche con conductor. Las palomas torcaces abandonan los frisos de los edificios batiendo sus alas gigantes. El sonido es similar a sacar una gran manta por la ventana y sacudirla.
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| | Fotograma del vídeorelato de Mayte, si haces click sobre la imagen, lo podrás ver/ MAYTE GÓMEZ MOLINA | | | |
Hemos salido pronto, pero llegaremos tarde: una de las calles que debíamos cruzar está cortada para cientos de miles de corredores de todo el mundo, que han venido a correr la maratón de la ciudad. Esperamos mientras la gente que corre grita a pleno pulmón con globos de colores atados a la cintura y una energía de la que yo jamás seré capaz. Se produce la extraña situación en la que ellos, al pasar por nuestro lado, nos animan a nosotros. ¿Es posible estar tan alegre? ¿En la vida en general, y corriendo en particular? Yo solo he corrido para adelgazar y ahora tengo una rodilla reventada como souvenir para siempre, así que su felicidad y sus cuerpos espigados me hacen sentir que soy de una raza inferior, incapaz de la felicidad y del cardio, un poco blanda de cuerpo y de espíritu.
Lo peor de todo es que para poder cruzar la calle tenemos que correr un poco junto a los demás corredores, para salir por la siguiente calle disponible. No hay otra opción si queremos llegar a tiempo. Mientras siento que una parte de mí se degrada trotando, a lo lejos empiezo a identificar la vibración inconfundible de la música de feria, los bajos que hacen zumbar el esófago. Salimos de entre los corredores como un cansado afluente e iniciamos nuestra propia frenética carrera hasta que oteamos a lo lejos una esquina de la catedral.
Llegamos a la cola acelerados por nuestra propia maratón interna. El confeti vuela alrededor de los cuerpos como bidimensionales mariposas azules, rosas y blancas, los colores del patrocinador del evento. Pienso que casi toda la belleza del mundo tiene que ver con alguien que paga por ella, incluida la de esta catedral, que como tantas otras se hizo por encargo, en su caso, del gobernador Giangaleazzo Visconti. Entre que escanean mi QR y llego al final de las escaleras no recuerdo nada, solo una sensación de estar profundamente equivocada, algo que va más allá de haber elegido el peor día para la visita.
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| | Fotograma del vídeorelato de Mayte, si haces click sobre la imagen, lo podrás ver/ MAYTE GÓMEZ MOLINA | | | |
Los trozos de papel bailarines suben tan alto que seguimos presenciando su vuelo incluso cuando ya hemos subido a las terrazas del Duomo. Revolotean alrededor de las estatuas y trazan composiciones bonitas en armonía con las estelas blancas de aviones que salen y vuelven de todos lados, llenos de gente que ha hecho o hará cola, gente un poco desconcertada con su tiempo al verse sumergida en el espacio extraño del modo avión.
Alrededor de cien visitantes comparten esta franja horaria de visita con nosotros. Una cortés coreografía de pedir una foto y tomar otra a cambio comienza. Una chica hace que su novio le tome fotografías en distintas poses durante más de diez minutos. La imagen es terrible, pero estoy segura de que yo también les ofrezco a los demás espectáculos ridículos de tanto en tanto. Un hombre con un sombrero de explorador mira el paisaje con prismáticos. Dos trabajadores del hotel frente al Duomo fuman clandestinamente en una terraza. Me siento bajo la sombra que proyecta la cúspide de la catedral y miro los detalles de los pináculos. Al cabo de un rato siento un dolor nuevo en el cuello: el dolor de mirar hacia arriba. Las cervicales realizan el movimiento contrario al que les exige el teléfono móvil. Antes Dios estaba arriba, ahora Dios está en la mano. Una relación horizontal con las cosas parece imposible.
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| | Fotograma del vídeorelato de Mayte, si haces click sobre la imagen, lo podrás ver/ MAYTE GÓMEZ MOLINA | | | |
En lo más alto de la catedral se alza una figura que no puedo ver bien por la luz del sol. Me coloco en ángulo para que la piedra intercepte la luz y se muestre. La sombra desvela una virgencita con su corona de estrellas, bañada de oro, refulgente a causa de la luz, casi imposible de mirar. Por un momento, y a pesar de la música, siento que la belleza me agarra. Quiero verla mejor, pero no puedo enfocar bien la vista, ya que el ordenador ha eliminado mi posibilidad de ver a lo lejos, así que cojo el móvil y hago zoom con la cámara de fotos para ponerle una prótesis a mi visión. Hago eso también con los pájaros y luego los busco por Google Lens, intentando usar la tecnología para algo bueno, de nuevo presa del mismo síndrome de superioridad, pensando que uso la tecnología mejor que los demás porque aprendo algo con ella.
Ahora tomo una foto de la virgencita y alimento Internet con su imagen. La Madonnina. Vuelvo a mirarla. La visión es bella pero dura poco, el tiempo que tardo en darme cuenta de que tiene algo pegado cerca de la cara, a la altura de los ojos. No sé si estoy totalmente alterada por la experiencia o si, efectivamente, lo que está pegado al báculo que sostiene es una cámara.
Sigo con la mirada el cable que baja del objeto y que se pierde entre unos andamios de construcción erguidos para restaurar algunas de las partes altas de la catedral. Busco alrededor más cables y los encuentro. Suben por los chapiteles y trepan la espalda de las estatuas, culminan en unas antenas pegadas a su cabeza.
Los santos adyacentes a la Madonnina han sido convertidos a cíborgs de piedra y cable, receptores de señal, aunque la primera asociación visual que me viene a la cabeza no es tan poética: pienso en musculosos Teletubbies de piedra despojados de sus coloridos trajes de fieltro. Me meto en la web del Duomo y compruebo que por el módico precio de dos euros tienes acceso durante veinte minutos a ver Milán con los ojos de La Madonnina. Si se cometiese un crimen en la plaza frente al Duomo, ¿buscaría la policía en los ojos de La Madonnina la objetividad? ¿Servirían esas imágenes como pruebas en un juicio? Pero la pregunta primera es otra y más grande: ¿Tiene fin nuestra compulsividad por verlo todo, a todas horas, desde todos los ángulos?
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| | Fotograma del vídeorelato de Mayte, si haces click sobre la imagen, lo podrás ver/ MAYTE GÓMEZ MOLINA | | | |
Bajamos por las escaleras oscuras de un lateral de la catedral. Bajamos. Bajamos. Bajamos. Por un momento pienso que bajaremos para siempre. Caminamos centrifugados por la espiral de escaleras hasta que, sin previo aviso, el espacio abierto y grandioso de la catedral impacta contra nosotros como una gigantesca ola.
La gente sigue tomando fotografías y poniendo los palos de selfie en la mismísima cara de Cristo, pero la imagen de un cura totalmente encorvado sobre el altar y las ancianas con los ojos cerrados y agarradas al rosario agrietan la rapidez que me rodea y ofrecen una mirilla a otro tipo de tiempo.
Dos temporalidades minerales conviven aquí: el tiempo pesado de la piedra y el tiempo ligero del grafeno. Estas dos realidades solo se encuentran en la imagen del cura que se multiplica en la iglesia gracias a una serie de pantallas atornilladas en las columnas. | | | | | | |
| | Fotograma del vídeorelato de Mayte, si haces click sobre la imagen, lo podrás ver/ MAYTE GÓMEZ MOLINA | | | |
El cura levanta la hostia sagrada como la gente levanta sus teléfonos móviles: el mismo gesto, la misma forma de agarrarlo. Miro alrededor buscando las cámaras que lo graban, pero no las veo.
Paseamos por el crucero central mirando las vidrieras y nos sentamos frente a una que tiene una parte tapada. Las vidrieras son las pantallas de antes, esta tiene un píxel muerto. Las frecuencias graves del órgano que suena cancelan las del DJ y se hace posible el silencio. Por un momento, vuelvo al lugar conocido que soy yo misma, tal vez bajo el influjo de sentarse en un lugar que tardó seiscientos años en llegar a ser, un abrazo de piedra que confirma que no a todo llegamos tarde. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el hombro de mi marido. Solo hace falta detenerse para escapar de la maratón. | | | | | | |
| | Fotograma del vídeorelato de Mayte, si haces click sobre la imagen, lo podrás ver/ MAYTE GÓMEZ MOLINA | | | |
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