Si todo hubiera salido bien, probablemente muchos medios de comunicación hubieran abierto la semana pasada sus ediciones con el anuncio de un acuerdo mundial crucial, un tratado de pandemias que estableciera cómo prepararse y responder de forma global ante la próxima pandemia. Pero no salió bien. En Planeta Futuro viajamos a Ginebra para contar desde el corazón del Palacio de las Naciones, donde se celebraba la 77ª Asamblea Mundial de la Organización Mundial de la Salud (OMS), si los 194 Estados miembros del organismo cumplirían con el plazo que se habían dado, hasta la semana pasada, para cerrar un tratado que llevan dos años y medio negociando. La próxima pandemia “está por venir”, “antes o después, pero va a llegar”, me repetían con gran preocupación los expertos en salud mundial cuando ya estaba bastante claro que no habría texto final. En un último esfuerzo, al menos se pusieron de acuerdo en darse un año más de plazo para intentar cerrar la negociación.
Pero lo que a veces no trasciende de estos acuerdos mundiales es lo que se ve entre bambalinas. Durante los tres días que pasé en Ginebra, conocí a muchos negociadores, personas de carne y hueso que llenaban de corrillos los pasillos del Palacio de las Naciones. Los nervios estaban a flor de piel. Y lo decían abiertamente. “Estoy que me muerdo las uñas”, me confesó un médico. Recuerdo especialmente las caras de Michael Ryan, director ejecutivo del Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS, y de Roland Driece, codirector del órgano de la OMS que ha negociado el acuerdo, porque eran un auténtico poema. También la de Precious Matsoso, ex directora general del Departamento Nacional de Sanidad de Sudáfrica y codirectora de las negociaciones, que está convencida de que deberíamos volver a llevar mascarillas por un día para que recordáramos el sufrimiento que nos causó la covid-19. “Nos hemos olvidado”, lamenta.
Pero lo más evidente era la impotencia de quienes llevan negociando desde finales de 2021 un acuerdo que “salvará a la humanidad”. Puede sonar “grandilocuente”, me reconocieron. Pero los millones de personas que murieron durante la pandemia de covid 19 —probablemente más de 20, según Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS— justifican esta ampulosidad verbal.
Además de hablar de los entresijos de la OMS, quiero recomendarles esta semana el reportaje que nuestra compañera Silvia Blanco publicó desde Gambia: Un campo de batalla llamado clítoris: viaje al país que amenaza con despenalizar la ablación. Sí, una noticia con “clítoris” en su titular, porque este país africano se ha convertido en el centro de la lucha global para evitar retrocesos en los derechos conquistados por las mujeres. Presten, por favor, atención al mansplaining del imam Abdoulie Fatty explicando qué es el clítoris y el “trocito” que solo hay que cortar, según su criterio. Marta Moreiras captó aquel momento con una fotografía que habla por sí misma.
No dejen tampoco de ver las imágenes que Valeria Mongelli hizo de una clínica clandestina, en algún lugar de la frontera entre Myanmar y Tailandia, que trata a los combatientes birmanos que luchan por reinstaurar la democracia en su país. Ni las de Walikale, en la República Democrática del Congo, el pueblo que salva a las mujeres embarazadas en el corazón de África.
Muchas gracias por leernos.
¡Hasta la semana que viene!
|