¿Cómo continuar con la vida cuando el mundo a tu alrededor se derrumba? ¿Se puede recuperar una brizna de lo que una vez fuiste antes de que una guerra u otro conflicto violento arrasara con tu mundo? Estas son las preguntas que me vienen a la cabeza con el reportaje que hizo en Burkina Faso nuestra compañera Èlia Borràs. Escribe sobre dos deportistas que viven en una zona del país asediada por el terrorismo yihadista y deciden viajar desde su Dori natal, capital de la región administrativa de Sahel, a Bobo-Dioulasso, en el suroeste del país, para participar en la Semana Nacional de la Cultura.
¿Merece la pena arriesgar la vida para competir en una prueba deportiva? Issouf Diallo, de 22 años, cree que sí. Viajó junto con otra deportista de su ciudad, Kadiata Tamboura, protegidos por un convoy militar, porque “cuando ves en las clasificaciones de lucha tradicional que dicen el nombre de todas las regiones menos la tuya, el Sahel, después no puedes dormir”. También por el “orgullo” de representar a su región y expresar su “resiliencia”.
Tratan también de continuar con su vida los gazatíes que lograron salir de la Franja hacia Egipto. Pero su nueva realidad queda muy lejos de todo lo que conocían. Además de la “culpa de dejar a tu gente atrás”, tal y como contó Suzan Beseiso a nuestro compañero Marc Español, deben lidiar con una situación de vulnerabilidad legal, económica y social: apenas pueden pagar el alquiler, tienen grandes dificultades para trabajar al tener el visado caducado y no pueden acceder ni a educación ni a sanidad. Abdallah, un taxista gazatí, no puede llevar a uno de sus hijos, de cuatro años y con problemas de corazón, al médico: “Tendría que ir a un hospital privado, y no tengo dinero”, asegura.
Y pese a ello, su situación es mucho mejor que la de los que no pudieron marcharse. Mi compañera Beatriz Lecumberri, una de las periodistas que mejor conocen Gaza, ha publicado un reportaje junto con la informadora gazatí Eman Alhaj Ali sobre la salud mental de los niños que viven en la Franja. Así me lo cuenta Beatriz:
“Nuestros ojos en la Franja son los periodistas gazatíes ya que Israel no deja entrar a periodistas extranjeros. Eman es una joven periodista que está desplazada en el centro de la Franja. Ha cambiado de campamento dos veces desde que huyó de su casa en la ciudad de Gaza. Entrevistó a varios padres y madres que le describieron cómo están sus hijos tras ocho meses de guerra. Le hablaron del miedo, el insomnio, la irascibilidad, los problemas de concentración, los fallos de memoria, la incontinencia nocturna... Son heridas invisibles que probablemente no entren en las estadísticas pero que resultarán muy difíciles o imposibles de curar.
Una imagen me resultó especialmente dura pero también reveladora. Me la describió el portavoz de Unicef, James Elder, que está actualmente en Gaza. Me contó que conoció a un niño, Omar, que cerraba los ojos cuando hablaba con él para que la imagen de sus padres, muertos en un bombardeo, no se evaporara de su recuerdo. Tiene tan solo nueve años y su trauma es el de decenas de miles de chavales de la Franja”.
Intento acabar siempre esta carta con alguna nota positiva. Esta semana es difícil. La guerra en Yemen y el continuo deterioro de la situación humanitaria nos han llevado a informar de cómo los yemeníes recurren a la leña ante la carestía del combustible y pese al avance de la desertificación o de cómo las organizaciones de ayuda han tenido que abandonar las zonas controladas por los hutíes. Pero siempre hay una luz. Por ejemplo, la historia de Liliana Pechené, esa niña del pueblo misak que tenía miedo de los blancos y que hoy en día es una lideresa indígena en Colombia.
Muchas gracias por leernos.
¡Hasta la semana que viene! |