Buenas tardes,
El otro día me conecté desde Madrid a la presentación en Estados Unidos de un informe sobre los ataques a la educación, es decir, las agresiones contra alumnos, maestros y centros de enseñanza en todo el mundo. Esos embates van desde usar escuelas con fines militares hasta matar o secuestrar estudiantes y profesores, pasando por acosar sexualmente niñas en su camino a la escuela. El informe lo hace una institución llamada Coalición Global para Proteger la Educación de Ataques (GCPEA, por sus siglas en inglés), que, reconozco, ni siquiera me sonaba. Si os cuento esto es por dos razones. Primero, porque esas agresiones aumentaron un 20% en 2022 y 2023, sobre todo en países que podemos imaginar, como Ucrania, Palestina, Afganistán, Siria, Myanmar o República Democrática del Congo. Preocupante. Y segundo, porque en la presentación del informe estaba una chica afgana. Se llama Mina Bakhshi y huyó de Kabul a Estados Unidos tras el retorno de los talibanes al poder, en agosto de 2021. Misha contó que antes de que llegaran los talibanes ya tenía miedo de ir a clase, porque las escuelas, sobre todo las femeninas, eran blanco de ataques de los fundamentalistas. De hecho, su colegio lo fue y hubo compañeras muertas y heridas. “Me daba miedo ir a clase cada día en Afganistán, pero más miedo me daba no ir", dijo esta joven. La frase me ha acompañado en estos días. Hace casi tres años que miles de jóvenes afganas están encerradas en sus casas, simplemente por el hecho de ser mujeres, y sueñan con volver a estudiar. Es una situación única en el mundo y casi no estamos hablando de ella. Al contrario, pareciera que se está normalizando de facto. Por ejemplo, en cuatro días se celebrará en Doha una nueva reunión sobre Afganistán organizada por la ONU y a la que asistirá una representación de las autoridades talibanas. Entidades de derechos humanos han criticado que el hecho de sentarse a la mesa con los fundamentalistas implica reconocer de forma tácita su gobierno y pasar por alto los crímenes que cometen diariamente contra las mujeres, que se han prácticamente volatilizado de la esfera pública. Siguiendo con los derechos de la mujer, esta semana mi compañera Patricia R. Blanco publicó una entrevista a Ángela León, activista ecuatoriana y directora ejecutiva de Women4GlobalFund, que lucha contra la desigualdad de género en el acceso a la atención sanitaria y contra la escasez de fondos y voluntad política para prevenir y tratar enfermedades en países de menores ingresos.
Termino hablando de dos mujeres (hoy, newsletter 100% femenina): Tirhas y Monique, cuyos testimonios hemos publicado en estos días. La primera vive en Adua, en la región de Tigray, en el norte de Etiopía, escenario de un cruento conflicto entre 2020 y 2022. Sobrevivió a la violación y a los golpes de cinco militares e intenta reconstruir su vida. No es la única. Miles de personas, 10.000, según algunos cálculos, fueron sometidas a violaciones y agresiones durante estos dos años de guerra. Os recomiendo que echéis un vistazo a la fotogalería que han hecho desde allá Ximena Borrazás y Edgar Gutiérrez. Desde Goma, en el este de la República Democrática del Congo (RDC), Monique pone la nota positiva de esta newsletter. Esta campesina nos contó, feliz, cómo ha conseguido multiplicar su cosecha de judías gracias a Jambo-Lab, un servicio gratuito que da consejos vía telefónica a pequeños agricultores usando la inteligencia artificial, con el fin de aumentar su productividad. Gracias por leernos y hasta la semana que viene, porque en verano nuestra newsletter no se detiene. |