"No os olvidéis de nuestra voz, por favor". La despedida de Maryam, desde una casa de Herat, en el oeste de Afganistán, me acompaña desde hace una semana y me pesa. Mientras yo me levanto cada mañana, decido cómo vestirme, voy a trabajar al periódico en autobús leyendo el libro que quiero y escuchando la música que me gusta, Maryam vive encerrada en su habitación, escribe relatos, intenta conseguir libros no religiosos en PDF y busca clases online para no renunciar a su sueño de ser médica. Casi no sale de casa, porque vive con su madre y sus dos hermanos menores y no hay un varón adulto cerca que le sirva de mahram o acompañante, es decir, de parapeto frente a las preguntas e intimidaciones de los talibanes si ven a una mujer sola en la calle. Esto está pasando en Afganistán cada día desde hace tres años, pero nadie se rasga las vestiduras. Hace falta una fecha aniversario, como la de esta semana, para que miremos de frente, aunque sea durante algunos minutos, a las mujeres afganas, invisibilizadas por un régimen que las ha borrado prácticamente de la sociedad.
He podido hablar con tres de ellas gracias a ONG, a afganas refugiadas y a personas vinculadas con la ONU que siguen trabajando por los derechos de las mujeres. Contacté a varias más, pero prefirieron no hablar conmigo. El miedo preside sus vidas y las paraliza. En un mundo ideal deberíamos estar en las calles, pidiendo a nuestros gobiernos que no toleren esta situación única en el mundo: niñas sin poder ir a clase, menores casadas a la fuerza, jóvenes sin ningún derecho a divertirse, activistas presas o desaparecidas, profesionales exitosas enclaustradas en casa... Pero en nuestro mundo real, donde últimamente se nos multiplican las guerras, los desastres y otras malas noticias, pero también abundan la indiferencia y el odio, las calles están vacías y no estamos sabiendo reaccionar ante la injusticia mayúscula que se normaliza en Afganistán. Y si uso la palabra odio es porque el artículo que publicamos en Planeta Futuro y un video que colgamos en redes para explicar cómo viven las afganas provocó comentarios que muestran un rostro de nuestra sociedad prepotente, violento, machista, racista y muy poco informado. Y eso también da mucho miedo. Pero frente a esos comentarios, también hubo otros, de personas que nos preguntaban qué se puede hacer frente a esta situación. Nuestra respuesta es: seguir informándonos y seguir hablando de Afganistán. Os recomiendo, por ejemplo, medios como Rukhshana, que tiene una edición en inglés y publica historias sobre mujeres que resisten de diversas maneras en el país. Y también seguir en redes a mujeres valientes como Zahra Joya, Nayera Kohistani o Fawzia Koofi y a la organización afgana Rawadari, que realiza informes sobre la situación de los derechos humanos en el país. Gracias por leernos y hasta el miércoles que viene |