Por primera vez me aventuro a escribir la newsletter de Planeta Futuro, la sección en la que estoy como becaria del Máster de EL PAÍS. A veces los sueños se cumplen. Trabajar en un periódico era uno de los míos. Gracias a esto he podido escribir vibrantes historias y conversar con gente muy talentosa como la fotógrafa marroquí Imane Djamil. Me encontré a una joven artista de 28 años que, de 2021 a 2024, se ha dedicado a capturar con su cámara la llegada a Fuerteventura de los surfistas de Tarfaya, un pueblo de la costa de Marruecos que le robó el corazón desde la primera vez que fue, con 16 años. Me contó que los habitantes de Tarfaya viajan a las Islas Canarias con el objetivo de convertirse en profesionales del surf en Europa porque observan a Fuerteventura, como “el lugar que acabaría con los sufrimientos y ampliaría horizontes”. Me estremeció la dureza con la que hablaba Djamil. “Europa es una tierra idealizada arraigada a nuestra genética, al igual que al trauma”, me aseguraba. Estas fotografías, editadas con efecto de grano y difuminadas hasta el punto que los paisajes de Marruecos y Canarias se funden hasta parecer el mismo sitio, se pueden ver a partir del 26 de agosto en la Casa Árabe de Madrid.
Esta no ha sido la única historia sobre migración que hemos contado en los últimos días. Desde Dakar, José Naranjo se hacía eco de los 3.000 niños españoles de la emigración senegalesa que sueñan con España. Los niños no hablan castellano y han obtenido la nacionalidad a través de sus padres, que viven o vivieron en el país europeo. Les ponen los dibujos animados en castellano y siguen La Liga de fútbol muy de cerca. Son conscientes de las mejores condiciones que pueden tener en suelo español y por eso, con la ayuda de un proyecto piloto del Instituto Cervantes, aprenden el idioma por si en un futuro tienen la necesidad de utilizarlo.
De Senegal cogemos un avión directo a Kenia para asistir a un espectáculo de drag queens. Este fin de semana hemos contado como estos shows clandestinos son un espacio seguro para unos artistas que no tienen la libertad de expresarse, actuar, cantar y bailar de la manera que ellos quisieran. Las drags kenianas, que han estado amenazadas por el aumento de la homofobia en África del Este, se empoderan moviendo su cuerpo cargadas de exagerado maquillaje y coloridas pelucas.
Pero no todo son noticias positivas. Empezábamos la semana comunicando la epidemia de viruela del mono en África. Una nueva variante, más letal que la que causó el brote a nivel mundial de 2022, ha provocado en lo que va de año 450 muertes en República Democrática del Congo (RDC) y ya se ha extendido a países vecinos como Uganda o Kenia. Ayer dábamos en Instagram esta información y me impresionó ver como la mayoría de comentarios de los usuarios de esta red social contenían tintes racistas y en contra de los africanos que padecen esta enfermedad, cuando el propio director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha insistido en lo preocupante de la situación, señalando que “se necesita más financiación y apoyo para una respuesta integral”. La viruela del mono, entre otros síntomas, se manifiesta con ampollas en la piel. Precisamente, mi compañera Patricia R. Blanco escribe hoy sobre el estigma que sufren miles de millones de personas afectadas por enfermedades cutáneas y argumenta cómo ahora diferentes organizaciones pretenden situar estas dolencias en el centro de la agenda global de la salud.
Esto ha sido todo. ¡Gracias por leernos cada día y hasta la semana que viene! |