En los pasillos de la ONU y en los eventos paralelos que organizan estos días en Nueva York think tanks y organizaciones filantrópicas, me he encontrado con no pocos optimistas que piensan que es un texto ambicioso y que muestra el deseo de multilateralismo, es decir, de actuar como comunidad internacional de forma conjunta para afrontar los retos globales. Hay también quienes no están tan pegados a la letra del texto y piensan que las declaraciones de buenas intenciones terminarán quedando en papel mojado.
Mientras, los debates y el intercambio de ideas continúa. Hoy me toca moderar uno organizado por la Agencia de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) sobre el PIB. ¿Cómo se mide el desarrollo? ¿Tiene sentido que el PIB sea la gran vara de medir en un contexto de emergencia climática y de desigualdad rampante? Se lo voy a preguntar entre otros al primer ministro de Bután, un país que ha instaurado un índice para medir la felicidad de sus ciudadanos. Veremos qué nos cuenta.
Pero más allá del interés de algunos debates, es difícil no preguntarse en estos megaeventos si todo esto vale la pena. Si tantos vuelos, tanto dinero gastado en hoteles en nombre del desarrollo de los que menos tienen, sirve para algo.
En Planeta Futuro nos proponemos cada día ser optimistas y mirar el vaso medio lleno. Lo contrario nos llevaría a la inacción. Tenemos de ejemplo a gente valiosísima a la que escuchamos con atención y a los que siempre recibimos con alfombra roja en Planeta. “Eres optimista”, le dije hace poco a un activista israelí que lucha por los derechos de los palestinos y los israelíes cuando me explicaba los vericuetos legales de los abusos que ahora se dirimen en la justicia internacional. “No me puedo permitir no serlo”, me dijo.
Estos días desfilan por Nueva York también muchos como él, gente extraordinaria que mueve montañas. Conocí a algunos de ellos la noche del lunes en la gala de los Goalkeepers, un acto que organiza la Fundación Gates, la misma que apoya esta sección, y que aquí los llaman los Oscar humanitarios. Reconocen el trabajo de gente como el de la doctora paquistaní Zahra Hoodbhoy, que utiliza la inteligencia artificial para mejorar la salud de las embarazadas, o el de la keniana Jemimah Njuki, que dedica su vida a al mejora de la nutrición de mujeres y niños.
Pensaba en todo eso al día siguiente, cuando apareció Javier Milei, el presidente argentino, en la tribuna de la Asamblea General, arremetiendo contra la ONU, contra los objetivos de desarrollo y contra los consensos internacionales labrados con mimo durante décadas. Sus embestidas furibundas me ayudaron a entender que puede que el sistema que tenemos no sea el mejor, o que iniciativas como el Pacto del Futuro sean insuficientes, pero que lo que tenemos enfrente —Mileis y compañía— nos recuerdan la urgencia de defenderlas y de creer que otro mundo es posible posible. Trabajemos por ello. Seamos optimistas. |