Saltarme las reglas de leer en vacaciones. En verano siempre cumplía el mismo ritual: comprarme tres libros que no son trabajo. Ahí siempre entraba un ensayo, una novela editada hace más de dos años y una autora a la que no hubiese leído nunca. En este año tan distinto a los demás me llevé cuatro libros (todo novelas) y solo pude leer una de principio a fin, que precisamente no cumplía ninguna de las reglas de cada año. Me ha dado exactamente igual y creo que esa lectura reposada, tomando notas, la he disfrutado más.
Instalar un ventilador de techo. Bueno, dos. Uno en el salón y otro en la habitación. La calidad de vida y descanso ha aumentado a nivel exponencial en casa, renovado oasis de paz y calma.
Volver a fotografiar las caras de la gente que quiero. Me pasó buscando fotos de una reunión entre amigos. Me di cuenta de que solo había fotografiado la mesa, desde arriba, al final de la comida. No era la primera vez que lo hacía. Tengo decenas de imágenes similares de otros encuentros en el carrete. Lo hago porque me gusta retener la estética del café manchando el mantel, las copas de cava semivacías, los ceniceros a rebosar; ese desorden que indica una mesa vivida. Fantástico, un bodegón de revista, me dije al revisarla, pero ¿dónde estaban las caras de mis amigos? ¿Quién estuvo ahí? ¿Qué quería retener exactamente haciendo esa foto? ¿He vuelto alguna vez a contemplar esas imágenes? Por supuesto que no. Una no se acuesta en la cama y le dice a su novio, ‘Oh, volvamos a mirar esas fotos de colillas del verano pasado, ¡qué recuerdos!’.
Me apena la influencia en mi mirada de la performance de la vida en redes. Esas imágenes que tanto consumo en los perfiles de los demás han disciplinado mi manera de capturar el presente. Mi carrete personal, que ni siquiera comparto públicamente, parece siempre listo para hacerlo o para ser curado por una galería. Si vuelvo al móvil buscando instantes felices en viajes o en compañía, muchas veces encuentro planos en los que parecía que estuviese sola, fotografiando objetos, como cuadros de museo, flores o platos de comida que me han gustado. ¿Por qué las personas han perdido estatus de importancia en mi memoria virtual? Tras leer este texto clarividente, volví a mi carrete y entendí la soledad que desprendía: portada de libro extendido sobre el pareo en una cala a la que fui en grupo. Playa encuadrada astutamente para que parezca vacía y dé cierto aire de superioridad estival. Fotos de mis zapatos vistos desde arriba. Menudo aburrimiento. Eso no significa que no siga haciendo fotos de objetos solo para mí, pero ahora procuro retener, también, otra clase de instantes. Esos en los que también aparezcan las caras de la gente que quiero.
No llevar sujetador. Menuda liberación. |