¿Te acuerdas de cuándo se celebró en tu ciudad la última manifestación para defender los derechos de las mujeres afganas? Yo no. Las activistas que entrevisté para escribir un artículo sobre la vida diaria de varios millones de mujeres bajo el régimen talibán tampoco lo recordaban. Una de ellas, miembro de una ONG que ayuda a la inserción de las refugiadas en España, me dijo que la voz de las mujeres de Afganistán no solo la apagan los talibanes, con sus edictos inhumanos, sino que la enterramos todos nosotros con nuestro silencio y nuestro olvido.
Yo creo que es cierto y que la inacción está ya resultando insoportable. Pero, ¿qué podemos hacer?, nos preguntamos a menudo. Leer, informarnos, seguir escribiendo sobre Afganistán, recoger firmas apelando a nuestros dirigentes... Todo eso vale, sí. Pero, ¿qué puede realmente cambiar las cosas? Si un día la ONU, es decir, todos nuestros países, se pusieran de acuerdo y declararan el apartheid de género que padecen las afganas como crimen contra la humanidad, Afganistán como Estado y sus dirigentes de facto, con nombre y apellido, tendrían que empezar a rendir cuentas sobre sus decisiones. Sería un gesto fuerte, un golpe sobre la mesa con consecuencias, y una manera honesta de decir a las afganas que su vida sí nos importa y la persecución que sufren nos espanta.
La invisibilización y el silencio que los fundamentalistas están imponiendo sin tregua desde hace tres años a las mujeres también se traduce en una dificultad cada vez mayor para lograr testimonios desde dentro de Afganistán. Sin la mediación de ONG o de activistas en el exilio, es muy difícil que una mujer confíe en una desconocida que llama desde Madrid y le cuente su miedo diario a hacer las tareas más simples, su soledad, su falta de esperanza en el futuro y también su tesón y ganas de seguir adelante. Porque en Afganistán hay muchas mujeres valientes que siguen yendo cada día a trabajar en los dos ámbitos donde aún se tolera su presencia: la salud y la educación primaria. También quedan maestras clandestinas, reporteras que siguen informando desde el terreno y trabajadoras humanitarias que ejercen con muchas limitaciones en ONG o instituciones. Todas se juegan la vida y la libertad en un país donde pueden golpearte por la calle si vas sin un acompañante masculino, si estiman que no vas lo suficientemente tapada o creen que hablas demasiado alto.
No quiero terminar esta newsletter sin mencionar otro tema del que tampoco hablamos lo suficiente: Gaza. En Planeta Futuro pensamos a menudo en cómo contar esta guerra después de 11 meses de violencia devastadora y en cómo seguir interpelando e interesando a nuestros lectores. Con la agravante de que Israel no deja que los periodistas extranjeros entremos en la Franja, y dependemos de la información que nos llega de los reporteros locales y de nuestros contactos por teléfono con los gazatíes. En estos días, recibimos unas fotos de la agencia Reuters sobre los precios inimaginables que alcanzan algunos alimentos en el norte de la Franja que nos parecieron muy apropiadas para recordar la hambruna, la desnutrición infantil y los obstáculos para que entre ayuda humanitaria. Os la recomiendo.
Gracias por leernos y hasta la semana que viene.
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