La fantasía del vestido veraniego perfecto

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Jueves, 7 de julio de 2022

La fantasía del vestido veraniego perfecto

Noelia Ramírez

La fantasía del vestido veraniego perfecto

COLLAGE DE ANA REGINA GARCÍA

Una vez creí haber encontrado el vestido de verano perfecto. Lo descubrí en aquel mal viaje del encierro global, cuando acordamos por un rato ser testigos del derrumbe de la humanidad. Estando atrapada en casa un mes y medio, a punto de tirar la toalla con mi higiene diaria y casi sin huella dactilar por un scroll delirante y compulsivo, apareció ante mis ojos un tesoro inaudito. En una publicidad de una marca aspiracional vi a una chica guapísima que, primero, hizo tambalear mi ideal de sororidad (vaya por delante que en aquellos días de autoestima raquítica, aquella visión eugenésica –mezcla de Monica Bellucci y bloguera francesa–, se presentaba ante mi cerebro espongiforme como una injusticia para todas las demás). Tras el susto inicial, el vestido que llevaba provocó en mí las mismas descargas que aquellas fotos de Jane Birkin sin sujetador en el 69, con su cesta de mimbre y su vestido semitransparente, lista para engatusarnos a todos. Solo que ese que tenía delante era el vestido de verano perfecto para mi cuerpo: era rojo, abotonado de arriba a abajo, con escote bardot, las mangas ligeramente abullonadas y una caída lo suficientemente delicada como para esconder mi celulitits. Una delicia. Lo compré sin pensar.

Si en los inicios del confinamiento me regodeé en la idea de invisibilidad, en la fantasía de la evaporación total; siete semanas después, cansada de enviar corazones a las fotos de juergas antiguas en todos mis chats, necesitaba fantasear con algo nuevo. Así que durante las tres semanas que esperé la llegada del que sería el vestido favorito viví un idilio perfecto en mi cabeza. Imaginé que con él volvería a sentirme vista y deseada, porque ese vestido acapararía todas las miradas en la ansiada reconquista social. El vestido activó un filtro de belleza alisadora sobre todo mi cuerpo. Fue mejor que un spa. La idea de ponérmelo invisibilizó mi evidente pérdida de colágeno y luminosidad, me convirtió en esa mujer relajada y morena, siempre con buen flequillo y pinta de poder echarse una siesta cuando quiera. Ni siquiera me lo había probado, pero aquel vestido me devolvió el desparpajo, las ganas de vivir y me llevó tan lejos como para convertirme en alguien casi tan elocuente y sensual como Sophia Loren enamorando a Mastroiani en La ladrona, su padre y el taxista camino de la playa. Ay, el vestido rojo, con ese vestido viví mi mejor versión.

Jane Birkin, Brigitte Bardot y Sophia Loren, conocedoras de la mística del vestido veraniego.

Jane Birkin, Brigitte Bardot y Sophia Loren, conocedoras de la mística del vestido veraniego. / Getty Images

"He pasado toda mi vida soñando despierta. Me avergüenza pensar en contar las horas que lo he hecho", escribe Leslie Jamison en Soñadores a la luz del día: diez conversaciones, el mejor ensayo que he leído en lo que llevo de año y que no dejo comentar con amigas y desconocidos como si me pagaran por hacerlo. Allí Jamison escribe sobre su afición por la ensoñación "mientras caminaba, mientras corría, mientras bebía, mientras fumaba, sentada en el frío de Boston, brotando como malas hierbas de la acera agrietada de un corazón roto". Desde fantasear con infidelidades ("muchísimas") a imaginarse ganando el Pulitzer ("pero no recogiéndolo, sino recibiendo la llamada mientras salgo con mi hija pequeña atada a mi pecho, llego tarde al trabajo y me doy cuenta de que me he olvidado los calabacines hervidos que necesita para el almuerzo. Es una fantasía en la que toda la banalidad de ser madre se ve interrumpida, por un momento extraordinario de ser presenciada como otra cosa: una artista, un genio, lo que sea") o como cuando, a punto de separarse, fantaseó sin descanso con la idea de estar embarazada de un corresponsal de guerra que acababa de ser secuestrado por el ISIS y con trágico final.

En 1971, un grupo de mujeres artistas lideradas por Judy Chicago y Miriam Schapiro crearon Womanhouse, un "depósito de ensoñaciones". En una mansión abandonada en Hollywood instalaron varias habitaciones, como el "baño de menstruación" de Chicago o una cocina llena de senos. "Womanhouse es el depósito de los sueños que tienen las mujeres mientras lavan, hornean, cocinan, cosen, limpian y planchan sus vidas", escribieron.

En 1971, un grupo de mujeres artistas lideradas por Judy Chicago y Miriam Schapiro crearon Womanhouse, un "depósito de ensoñaciones". En una mansión abandonada en Hollywood instalaron varias habitaciones, como el "baño de menstruación" de Chicago o una cocina llena de senos. "Womanhouse es el depósito de los sueños que tienen las mujeres mientras lavan, hornean, cocinan, cosen, limpian y planchan sus vidas", escribieron.

Fue leer a Jamison y correr a preguntar a mi entorno más cercano: "Y tú, ¿con qué sueñas despierta?". Algunas me dijeron que han vivido bodas, hijos y hasta moqueado imaginando intensas rupturas con hombres con los que apenas flirtearon diez minutos. Otras me hablaron de vivir una carrera plagada de éxitos y reconocimiento. Una me dijo que ni se lo plantea porque desde niña tiene el arte de controlar sus sueños. Que allí hace todo lo que quiere y desea, como volar, convertirse en pepino mariachi o infiltrarse (dos veces) en la cama de Brad Pitt en su mansión de Los Ángeles. Una amiga me dijo que nunca se permitió fantasear con una relación. Es lo que tenían los candados de acero para las lesbianas adolescentes de los 2000, porque soñar despierta también puede ser un privilegio.

Mi vestido favorito llegó sin dos botones, se me salían los pechos y marcaba, para mal, mi barriga. El otro día me pareció verlo, arrugado al fondo del armario, todavía con la etiqueta puesta.

Qué he consumido en estas dos semanas:

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