La náusea, de niña, siempre me acechaba en el mismo lugar. Para ser exactos, en el cruce de la N-502 y la N-502A a la altura de Agudo (Ciudad Real). Según me acercaba a esa geolocalización en el asiento de atrás de nuestro Peugeot 405, sentía que mi cuerpo confirmaba lo que todos en ese coche (padres, hermana y yo) sospechábamos que iba a pasar. No importaba cuántas biodraminas llevase dentro o si hacía prácticamente en ayunas ese trayecto en el que cruzaba media península. Era percibir que mi pueblo estaba cerca y sabía que acabaría con medio cuerpo doblado, expulsando viscosidades al arcén mientras me apoyaba en el cartel que todavía anuncia que quedan siete kilómetros hacia la izquierda para llegar a mi destino. Mi último giro a la incertidumbre del verano siempre acababa en vómito. Si cuento esto porque tengo debilidad por las narrativas de lo abyecto. Desde que tengo memoria, me hipnotizan todas esas tramas sobre todo lo que se supone que nunca debería hacer (o pensar) una chica con su cuerpo. Y no me refiero a esas moralejas facilonas —y esencialistas del género— que buscan empoderarnos con nuestros fluidos internos como reivindicación de progreso. Lo que me fascina, desde siempre, son los diarios del asco y del cuerpo. Qué florece en ese rincón sin barrer por el tabú y el eufemismo. Qué catarsis materializa cada arcada femenina. Pensaba en todo esto mientras leía Consum preferent, el debut en novela de Andrea Genovart que le ha valido el premio Llibres Anagrama de novela en catalán. Un texto que empieza, precisamente, con el relato de doce páginas de su protagonista vomitando un salmón envasado que ha comprado por impulso ansioso, sintiéndose persona rica y no la joven del precariado cultural en el que sobrevive. "En el colegio te deberían enseñar: una asignatura que se llamase Conocimiento del vómito, así, en general: tema (I): el vómito familiar; tema (II); el vómito de las amistades; tema (III): el vómito del amor romántico; tema (IV): el vómito de ti mismo. Un conocimiento adquirido para la posteridad, como las tablas de multiplicar [...] Ojalá un parásito dentro de mí que me hiciese adelgazar de tanta energía que me supone No Parar Parar de Crear", piensa, entre arcadas, Alba, descubriéndose al lector frente a esos restos grumosos que flotan en su taza del váter. Leyendo a Genovart recordé a todas esas mujeres que, lejos de esconderse, han hecho del extrañamiento corporal un interruptor de sus neurosis. Isabel Adjani pringada de sus entrañas y posesa en un túnel de metro con un poderoso vestido azul en La Posesión. Eider Rodríguez escribiendo un cuento sobre una mujer que observa obsesivamente y en secreto el bote que contiene el mioma extirpado de su útero (Un corazón demasiado grande). Marguerite Duras asaltada por la naúsea culpable cada vez que desayunaba con su amante en El dolor. Mar García Puig (La historia de los vertebrados) y Laura Ferrero (Los astronautas) escribiendo sobre qué pasa cuando adultas y niñas comen compulsivamente su propio pelo o las melenas del resto. Leonora Carrington provocándose el vómito 24 horas seguidas con agua de azahar justo después de que las milicias apresaran a su amante, Max Ernst, en Saint-Martin-d'Ardèche: "Esperaba aliviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacudían el estómago como terremotos. Había visto la injusticia de la sociedad, primero quería limpiarme yo misma, y luego ir más allá de su brutal ineptitud", dejó escrito en Memorias de abajo. "Me hice experta en vomitar en los mejores restaurantes de Beverly Hills y volver a la mesa pimpante y recién pintada", contó Jane Fonda en sus memorias sobre la plácida convivencia que tuvo con su bulimia nerviosa. Otra que se ha sumado al ejército de autoras (Roxane Gay, Leslie Jamison) que han relatado de forma cruda y en primera persona cómo disciplinamos y (auto)torturamos nuestros cuerpos para sostener esa condena que nadie aprobó, pero que asumimos sin rechistar sabiendo que estar delgada es un valor social. La filósofa Julie Kristeva dijo que lo abyecto es "el lugar donde el sentido se derrumba". Que el sudor, las heces o el vómito es aquello de lo que hay que deshacerse para llegar a ser un yo. Supongo que por eso me resultan tan magnéticos todos esos diarios de la arcada femenina. En ese umbral sucio y pringoso en el que algo debe expulsarse para no poner en peligro lo establecido subyace prácticamente todo. Qué he consumido estas dos últimas semanas: En S Moda nos hemos obsesionado con: Si te han enviado esto y quieres recibir más ensayos y recomendaciones sobre cultura, feminismo e intimidad cada dos jueves, puedes apuntarte a esta newsletter aquí. También puedes escribirme con comentarios, apuntes o sugerencias a nramirez@elpais.es o escribirme vía Twitter, donde paso más tiempo del que me gustaría |