No han plañido las campanas anunciando una muerte, pero algunas sí las escucharon en su cabeza. "Siento como si la música de Bad Bunny me hubiera traído embrujada los últimos cinco años y las fotos de él con Kendall rompieron el hechizo". Más de 30.000 personas están de acuerdo con este sentido tuit. No me sorprende. Si militar en la heterosexualidad se ha convertido en poco más que un meme lastimero para las mujeres de mi generación, asumir que el último hombre que nos ponía a todas de acuerdo se ha liado con la supermodelo que mejor representa lo aburrida y previsible de la sensualidad heteronormativa nos ha hecho tocar fondo en la alcantarilla por la que navega el deseo de las heteras. Esa foto en la que la benjamina de las Kardashian y Benito de Puerto Rico aparecen a caballo ha sido el entierro global del último hombre que nos parecía decente. Otro más rendido a la dictadura de una belleza tan aspiracional y tirana como para llevar a muchas mujeres hasta un TCA (trastorno relacionados con la autopercepción y la distorsión de la imagen corporal), pero tan soporífera como para que su idilio nos provoque un bajón instantáneo. Sé lo que me digo. He entrevistado dos veces en persona a Kendall Jenner para esta revista (aquí y aquí). Tiene menos carisma que una zapatilla abandonada en un descampado de escombros. Si esta carta empieza con el affaire más decepcionante de 2023 es porque en esta casa cada día se hace más cuesta arriba defender la heterosexualidad. Los ánimos, entre las que la practicamos convencidas, están bajo mínimos. Mis amigas me pasan capturas absurdas, deprimentes y ridículas de sus chats de Tinder o WhatsApp. Las reuniones en grupo se convierten en una sesión de terapia de lamentos, risas amargas y decepciones. Entre la vergüenza y la desesperación, nos reímos de nuestra condición como quién bromea con su última cena en el corredor de la muerte. Toda esta performance de funeral afectivo la desarrolló muchísimo mejor en 2019 la escritora Asa Seresin en su ensayo Sobre el heteropesimismo, donde defendía que este desapego hacia la heterosexualidad se expresa ahora a través del arrepentimiento, la vergüenza o la desesperación. Un estado anímico en el que los hombres son vistos como la raíz del problema, aunque seamos incapaces de dejar desearlos en la práctica. "Que esta desafección sea performativa no significa que sea insincera, sino que rara vez va acompañada del abandono real de la heterosexualidad", escribe Seresin, haciendo hincapié en cómo del dicho al hecho no hay, precisamente, un paso. "Algunas heteropesimistas actúan de acuerdo con sus creencias, eligiendo el celibato o la opción (ahora en gran parte obsoleta) del lesbianismo político, pero la mayoría se apega a la heterosexualidad incluso cuando la juzgan irredimible. Incluso los incels, rebosantes de heteropesimismo, subrayan el carácter involuntario de su condición", escribió. Maggie Nelson dijo en Los Argonautas que "la heterosexualidad me da vergüenza ajena". Y creo que si todo esto está pasando entre las mujeres hetero, especialmente en sus conversaciones digitales y analógicas, es porque ellas han hecho un trabajo por deconstruir sus afectos de una forma que no ha sido acompañada por los hombres con los que se relacionan. Ni se hacen las mismas preguntas ni esperan las mismas respuestas y, por supuesto, no tienen las mismas expectativas o proyecciones comunes. Lo dejó clarísimo la académica Amia Srinivasan en su ensayo Hablando de porno con mis alumnos, cuando trató de descifrar el abismo que separaba a lo que pensaban las universitarias y universitarios de esta generación respecto al sexo con los de la suya (ella acabó el instituto en 2003). Así que procedo a finalizar esta carta con un párrafo extenso en el que creo que está el sustrato de todo este lamento: "A diferencia de mi joven yo, ellas no se habrían avergonzado, como nos pasaba a todas mis amigas y a mí, de llamarse feministas. ¿Cómo se explica la relación entre esta alza de conciencia feminista entre las jóvenes y lo que parece ser un empeoramiento de su situación sexual: incremento de la cosificación, expectativas físicas redobladas, falta de placer y cada vez menos posibilidades de tener sexo con las condiciones que ellas decidan? Puede que las chicas jóvenes sean cada vez más feministas porque lo exige ese empeoramiento de sus circunstancias. O puede que la conciencia feminista sea para muchas mujeres jóvenes una forma de falsa conciencia que le hace juego a ese mismo sistema de subordinación sexual al que creen oponerse". Si hace unas entregas hablamos del fatídico destino de la heterointensa, la heteropesimista se une a la partida con distintas cartas, pero misma condena. Qué he consumido estas dos últimas semanas: - Hace unos días tuve la oportunidad de charlar sobre esta newsletter con la fantástica Erika Irusta (Comunidad S1S4) y con Xulia Lomba y Yaiza López, periodistas de Acousa, en una mesa redonda que analizó cómo construir nuevos espacios de comunicación en la red. Lo hicimos dentro de la programación del festival Carballo Interplay. Fue una experiencia increíble y la programadora del certamen, la genial Andrea Villa, me descubrió esta canción de Grande Amore que no he podido parar de escuchar.
- Estoy obsesionada con este ensayo desde que lo leí. Tanto, como para escuchar la entrevista que su autora, Nicole Chung, dio a Maris Kreizman en su podcast para hablar sobre su memoir y lo que cuesta realmente convertirse en escritora.
- Si con la estupenda serie Selftape me sentí muy incómoda viendo cómo se sexualizó en entrevistas a las hermanas Vilapuig de crías, los mismos escalofríos me han atravesado al escuchar las preguntas que tuvo que soportar Brooke Shields cuando se convirtió en una estrella por Pretty Baby, la película en la que interpretó a una niña prostituta. Esta charla en el podcast de Fresh Air de la actriz es increíble para entender todo lo que la prensa hace mal. El documental en el que se explora su hipersexualización y vida, además, lo tenéis en Disney.
- Hazme caso y lee esto.
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