Saludos desde París, querid@s suscriptores. Desgraciadamente, esta vez no toca hablar de victorias, ni de épica, ni de algún logro mayúsculo. Maldita sea. La lacra sigue ahí, firme, fuerte, enraizada. Latente. Se llama racismo. El pasado fin de semana, un sector de la grada de Mestalla, estadio del Valencia, concentró su ira en el madridista Vinicius por el mero hecho de ser negro. Sí, por ser negro. Cualquier otro debate u otra arista que puedan proyectarse son superfluos e innecesarios. Los sonidos simiescos volvieron y, con ellos, se desnudó de forma integral a toda una sociedad. Falla el sistema, falla la ley, fallan los estamentos, los protocolos. Detenciones, promesas y condenas, sí. Pero todo sigue igual: 2023, siglo XXI. "¡Puto mono!". "¡Negro de mierda!". Otro sonrojo mundial que obliga una vez más a recapacitar. Sobre todo, a actuar. Y Vinicius explotó. Así nos lo contó David Álvarez. Para el brasileño no había sido un episodio más, y acumula ya una buena colección. La Liga ha presentado una decena de denuncias por los ataques racistas contra él esta temporada. ¿Por qué nos interesa? Porque nada cambia, y no vale solo con levantar solo la voz. Lo hizo Brasil, elevó el tono Lula y España vuelve a ser un país señalado. El mal es estructural. Todo empieza en casa, por la educación. Y tal vez, Inglaterra esté marcando el camino oficial a seguir, según informa Rafa de Miguel: el plan de acción de la Premier ha logrado que aumenten un 41% las denuncias en un año. Léelo aquí. Además, te recomendamos. La firma. Condenar el racismo, pero de boquilla. Nadie es racista. Ni conoce a nadie que sea racista. Pero, ojo cuando algo te toca de cerca. El discurso se modula. Para combatir esta lacra hay que aceptar la culpa y tragar con la pena. Por Nadia Tronchoni. Gracias por leernos. Si te han reenviado esta newsletter, apúntate aquí. |