Los buenos periodistas suelen plantear preguntas incómodas. Así que la forma más fácil de evitarlas es no comparecer ante ellos. ¿Pero qué ocurre cuando un régimen, o varios, impiden el acceso a la prensa para que no presencien sus fechorías? Ahí es cuando topamos con un país de diez millones de habitantes como Azerbaiyán, que invade una región de 120.000 vecinos de mayoría armenia, como Nagorno Karabaj. Lo hace en pleno siglo XXI, en medio de una gran ebullición de redes sociales, pero con cortes de electricidad permanentes y, sobre todo... sin la presencia de periodistas internacionales. Un régimen que cuenta con el apoyo de Turquía y el aquiescencia de Rusia. Y decenas de reporteros que no pueden acceder al enclave.
He preguntado a nuestro corresponsal en Turquía, Andrés Mourenza, cómo se las arregla para informar bajo esas condiciones. Y esta es su respuesta:
“Ya desde la guerra de 2020, entrar a Nagorno Karabaj resultaba muy difícil, pero desde que se instauró el cerco azerbaiyano el pasado diciembre, entrar allí se convirtió en tarea imposible: ni las fuerzas de paz rusas ni el Gobierno azerbaiyano permitían la llegada de periodistas. En enero estuve en las localidades armenias de Goris, Tegh y Kornidzor, desde donde se veía perfectamente la entrada al Karabaj. Entrevisté a civiles que habían quedado separados de sus familiares por el bloqueo. Pero internarse más allá de la frontera era imposible".
Mourenza prosigue su relato: "Así que no ha quedado más remedio que seguir lo que ocurre en el interior del enclave en contacto con personas que han permanecido allí, tanto civiles como miembros de la administración, gracias a los contactos establecidos en anteriores viajes (he estado dos veces en el interior de Nagorno Karabaj del lado al armenio, y una vez en los territorios recuperados por Azerbaiyán tras la guerra de 2020). Aunque mantener este contacto tampoco ha sido tarea fácil porque, durante el bloqueo e incluso actualmente, la electricidad e internet fallan constantemente, bloqueadas por Azerbaiyán en los momentos más críticos para dificultar que se conozca la situación del enclave".
A pesar de esas dificultades, nuestro compañero con base en Estambul ha publicado en la última semana varios artículos:
Desde Madrid, nuestro compañero Jorge Morla se ha interesado en este reportaje por los efectos de la crisis entre los armenios residentes en España. Y aquí se explica de forma clara y concisa las tres grandes oleadas de emigrantes que han sacudido a Armenia desde 1915:
“Hay tres diásporas armenias distintas”, contextualiza Francisco Zurian Hernández, director de la cátedra de Estudios Armenios de la Universidad Complutense de Madrid. “La primera, claro, es la que huyó del país con el genocidio”. Se refiere al genocidio que los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano llevaron a cabo sobre la población armenia desde 1915 —genocidio que ha sido reconocido por gran parte de la comunidad internacional (Francia, Alemania, Italia, Rusia o Estados Unidos) y por ayuntamientos y parlamentos autonómicos españoles, pero no por el Gobierno central—, y que dejó un millón y medio de muertos. “Esa diáspora se difunde por todo el orbe, de Latinoamérica, a Estados Unidos, pasando por Francia, la India, Siria, Líbano…”, cuenta Zurian, de origen armenio cuyo abuelo llegó de pequeño a Valencia. “La segunda se produce tras el desmoronamiento de la URSS, y la tercera con la crisis a partir de 2008, que coincide con el inicio de la presión sobre Nagorno Karabaj”, recapitula por teléfono el profesor, que señala que el número de armenios dentro del país ronda los tres millones mientras que el de la diáspora, si bien no se puede saber con certeza la cifra exacta, supera los 10.
Para entender el contexto de esta crisis en el Cáucaso, recomiendo este artículo de Mourenza:
El mismo autor escribió en febrero este reportaje de plena actualidad:
Finalmente, para comprender las implicaciones que esta invasión tiene no solo en el Cáucaso, sino en las relaciones entre Turquía, Rusia, Irán y Occidente, lean a Pilar Bonet. El conocimiento que Bonet atesora sobre la región, tras décadas como corresponsal en Moscú, es el que hace posible un análisis tan rico en matices como este:
Este jueves al mediodía, mientras concluía la redacción de este boletín, Andrés Mourenza se encontraba ya viajando por una carretera de la ciudad armenia de Goris y nos confirmaba que el acceso a Nagorno Karabaj permane cerrado.
Y ahora, hablemos de Ucrania.
El periodista no puede estar en todas partes. Pero tiene suficientes resortes para poner distancia entre el mensaje y los hechos. Nuestro redactor asignado en el país, Cristian Segura, publicó el pasado domingo un artículo en el que explicaba cómo Ucrania ha abierto un nuevo frente en la península ocupada de Crimea.
Al día siguiente, Kiev informó de que durante un ataque de sus Fuerzas de Operaciones Especiales, ejecutada el viernes 22 de septiembre, murieron 34 oficiales. Y afirmó que el líder de la flota rusa del mar Negro, el comandante Víktor Sokolovk, fue uno de ellos. Moscú guardó silencio por un día sobre ese hecho. Pero, el martes 26 de septiembre, Rusia difundió un vídeo en el que aparecía Sokolovk en una reunión con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y otros mandos rusos.
¿Cómo lidiar con esas noticias tan difíciles de verificar en un conflicto armado? He planteado la pregunta a Cristian Segura, desde Kiev, y a nuestro corresponsal en Moscú, Javier G. Cuesta.
Esta es la respuesta de Cristian:
"La desinformación también es un arma de guerra en Ucrania. Cada bando intenta minar la moral del enemigo y sobre todo, ganar la batalla en los medios de comunicación, la batalla del relato. Ucrania es el país invadido y víctima de una guerra injusta. Como víctima, y como país que quiere avanzar para ser una plena democracia, se otorga con frecuencia a la palabra ucrania un valor fuera de dudas. Esto es peligroso para el trabajo periodístico (pese a que moralmente las sociedades europeas y sus medios estén mayoritariamente a favor de la sociedad agredida) porque Ucrania lucha por su supervivencia, y antes que el respeto por la veracidad de lo que transmiten sus altos mandos, está la defensa del país. Tras un año y siete meses de conflicto, los periodistas estamos aprendiendo la lección, también a base de errores. La cautela es imprescindible a la hora de informar, en cualquier ámbito, pero más en una guerra".
|