Esta semana la vida me ha arrollado emocional y laboralmente. No he podido disfrutar del tiempo y cariño que dedico a este rincón de internet, así que en este envío os traigo uno de mis relatos favoritos del otoño pasado. Lo encontré en el sensorial Teoría del tacto, la antología de cuentos que la escritora, dramaturga y poeta argentina Fernanda García Lao publicó en Candaya en octubre de 2023. Se llama Persona en alquiler y es una ficción corta pero con muchas capas en la que conectan distintas violencias sobre el cuerpo femenino. Espero que os dé que pensar tanto como a mí.
Nos leemos en 14 días. Podéis seguir a Fernanda García Lao en Instagram.
Persona en alquiler, por Fernanda García Lao
La bebé no se prende, expulsa mi pezón como si fuera veneno. Su papá me pasa el sacaleche porque la ropa no aguanta, yo tampoco aguanto el derrame de mis tetas. La carga él, se la pone en el regazo y la alimenta. No los miro, salgo.
El pueblo en verano es una encía, se babea. Pasan los hombres montados en sus panzas como caballos de patas flacas. Las mujeres se refrescan y no dicen nada. El calor las enmudece. La calle principal es de arena blanca hasta la primera pisada. Después se ensucia, pero interviene la lluvia que todo lo lava. Un grupo de turistas avanza hacia el bosque sin saber hasta dónde llega ni cómo salir.
Veo al papá de la bebé que se pasea por el pueblo arrastrando el cochecito. La marca de las ruedas en la arena parece una vía de tren. Me dice si quiero acompañarlos, pero tengo miedo de cruzarme con mi hermano. Hace un año que no me habla. Quería mi vientre también, su mujer no se quedaba. No accedí, encima gratis. Que era poco solidaria me dijeron, una egoísta. Yo imaginaba la cara de mi hermano en mi útero, creciendo. La boca blanda, llena de dientes sucios, mordiéndome por dentro. Ser la madre y la tía y la nadie de ese bebé, no quise. Me fui de casa. Luego vino el papá de la bebé a pedir lo mismo. Somos pocas las jóvenes del pueblo. Pocos vientres en edad de merecer.
Salgo sola a caminar en dirección contraria al cochecito. Una mujer de espaldas al mar hace punto sobre la reposera. El ovillo se hunde en la arena y desaparece. Dos adolescentes inflamados de sol y vino barato lamen la puerta de su hotel, como hace el mar con las barcas. Me veo atravesando el paseo marítimo como un pequeño ataúd sin remos. Tenebroso el mundo, en enero.
Hay días que crecen como bichos que se alimentan de ostras, hay noches lánguidas o huecas. Hay ventanas que ocultan pájaros y velas ensimismadas en cada ola. Hay un viento lluvioso que perdura en cada lengua. Así fue mientras la bebé ocupaba mi cuerpo. Ahora nada hay. He vuelto a ser casi yo. Llueve desde ayer y me duele cada centímetro. Sigo hinchada.
Lleno tres mamaderas, la bebé vuelve dormida. El papá, a su lado, abre cada tanto un ojo, como si temiera por ella. El novio no vino a conocerla, no la quiere. El papá de la bebé sí, por eso le canta con delicadeza, y la calma cuando está nerviosa. Cuando lo hago yo, lloriquea.
Si el papá se angustia, la bebé lo imita. Se intuyen. Uno sufre y la otra se da cuenta. Yo cuento los días que me faltan. Aunque todavía no he decidido a dónde iré.
Comemos juntos, los tres. El papá de la bebé no atiende cuando suena su teléfono, seguro que es el novio. Que venga si quiere, y si no, que no joda. Me río, por primera vez en mucho tiempo. Le digo que vayamos a tomar un helado. Salimos al atardecer, atravesamos el bosque. Han traído unos patos feos para que floten en el estanque, para que coman los mosquitos y la basura que se concentra en los márgenes del agua estancada. La bebé mira las copas de los árboles y el papá, al suelo, para no atascar las ruedas del cochecito con las nervaduras de las ramas que abren la arena del camino. Yo los miro a ellos, tan pálidos. Tan desconocidos, aunque ella haya atravesado mi cuerpo y él duerma en la habitación de al lado. Me gotea el pezón izquierdo. Tapo la blusa con el cucurucho. |