Buenas tardes,
Justo antes de escribir esta newsletter he encontrado, navegando por inercia en una red social, el vídeo de un niño de Gaza con el rostro manchado de sangre que llamaba histérico a gritos a su padre desde el lugar donde era atendido tras sobrevivir a un bombardeo israelí. Varios sanitarios le decían que ya estaba llegando, pero parecía bastante probable que estuvieran mintiendo para que se tranquilizara. No he podido terminar de verlo. Su miedo me resultaba demasiado doloroso e insoportable. Un rápido movimiento del dedo índice me ha llevado a otras noticias. Contemplar las desgracias y el sufrimiento ajenos a través de una pantalla nos protege y convierte, de alguna manera, a quienes están al otro lado en personajes de una película. Su sufrimiento también parece ficticio. En X o Instagram, las bombas de Gaza y la hambruna de los niños en Sudán pueden dar paso rápidamente a recetas de cocina, a la previsión del tiempo para el fin de semana o al divorcio sonado de un futbolista famoso. Apartar la mirada es un lujo y a veces también es una necesidad en estos tiempos revueltos. Pero hay momentos en los que la realidad te arrastra y comienzan viajes inesperados, como el que he hecho en estos días con Abdallah, un joven gazatí con el que estoy en contacto desde que empezaron los bombardeos sobre la Franja en octubre. Tiene 24 años, pero cuando habla parece que tiene el doble. Ha cambiado de casa cuatro veces y ahora malvive en un campo de desplazados en la zona de Al Mawasi, en el sur de Gaza. No tienen electricidad, ni agua corriente, ni baños, ni duchas, ni cocinas, ni lavadoras, ni nada que les recuerde a su vida de antes de la guerra, como sucede con todos los habitantes de Gaza, sin excepción. Abdallah es un chico de letras, terminó hace un par de años Lengua y Literatura inglesa en la universidad y siempre ha trabajado como consultor o traductor. Pero desde octubre se ha convertido en una especie de ingeniero que idea sistemas para cocer pan, bombear agua, cargar los teléfonos móviles, conseguir ropa para los vecinos... Ese empeño le ha salvado de la depresión, dice él. Hace tres semanas, me contó que la instalación fotovoltaica casera que había construido con paneles solares, un conversor y dos baterías estaba fallando porque las baterías estaban prácticamente muertas. Gracias a este sistema cargaba decenas de móviles al día de forma gratuita y lograba bombear agua para su familia y algunos vecinos. Estaba agobiado porque la situación en Gaza es catastrófica. Por un lado, no entran baterías, porque la ayuda humanitaria llega a cuentagotas y estos acumuladores no se consideran bienes de primera necesidad. Las que se venden son, por tanto, las que ya estaban dentro de la Franja hace un año. Por otro lado, tampoco hay bancos ni agencias de cambio donde conseguir efectivo que se pudiera recibir gracias a cuentas en el exterior o a transferencias de amigos. Como no entra dinero en metálico, los billetes que circulan en Gaza hoy son los que había en octubre de 2023. He seguido a distancia el camino de obstáculos que ha recorrido Abdallah hasta conseguir comprar dos baterías nuevas (una sin estrenar y otra usada), que ya están funcionando, gracias a la solidaridad de un grupo de amigos extranjeros. Le ha pasado de casi todo: la zona donde vive fue bombardeada, un primo que era como su hermano fue asesinado en el campo de desplazados, las baterías que tenía apalabradas no estaban ya disponibles cuando obtuvo el dinero en efectivo... Abdallah quiso enviarnos un video en el que mostraba la tienda de campaña donde vive y carga los móviles y la zona del campo donde se han instalado. Le costó día y medio encontrar suficiente conexión para mandar dos minutos de grabación. Pero, en una Franja cerrada a cal y canto por Israel para los periodistas extranjeros, esas imágenes son valiosísimas y trasladan por unos segundos a realidades que no podemos contar: varios hombres clavando estacas para construir tiendas, otros cavando una fosa séptica sobre la que colocarán un retrete, niños sonrientes, precarios hornos construidos con poco material y mucho ingenio para hacer pan... Todo eso puede hacerse pedazos si llega una orden de evacuación del ejército israelí y Abdallah y su familia tienen que volver a moverse para salvar la vida. Él siente que el cerco es cada día más pequeño y eso le produce una angustia imposible de imaginar desde Madrid. También son difíciles de imaginar realidades escondidas y olvidadas que describen otros reportajes que hemos publicado esta semana: las inundaciones en Sudán, que agravan la situación humanitaria de millones de desplazados, ahora amenazados también por el cólera; sirios viviendo entre ruinas arqueológicas porque no han encontrado otro cobijo en su huida; la mpox o viruela del mono que se extiende entre las personas más desfavorecidas y castigadas de República Democrática del Congo o el drama de 200 reclusas de este país africano, violadas hasta perder el conocimiento por presos durante un intento de fuga. Tremendo. Estoy de acuerdo. Hay semanas en las que cuesta encontrar un final feliz. Pero pese a todo nos llena de motivación ver que estas noticias os interesan y llegan cada vez a más lectores. Así que gracias y hasta la semana que viene, |