Sobre rendir culto a las coincidencias

Notas sobre cultura, feminismo e intimidad
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Jueves, 8 de junio de 2023

Sobre rendir culto a las coincidencias

Sobre rendir culto a las coincidencias

Jenna Gribbon, 'In bed with a mirror' (2022)

El pasado 19 de abril me extirparon varios miomas y pólipos del útero. Uno de ellos había pasado de los seis a los 10,5 centímetros de diámetro en apenas dos años y medio. La intervención fue bien, todo el tejido intervenido es benigno y me recupero con la normalidad esperada. Mientras me hacía a la idea de que su extracción no había alisado ni un centímetro de mi vientre como pensaba que pasaría mágicamente al salir de quirófano, asumí la gestión de la esterilización de mi perrita. Después de todo, nada mejor para estrechar vínculos que pasar un trance ovárico juntas, aniquiladas por el bisturí y apalancadas (con razón) en el sofá.

Al adoptar a Rumba en noviembre del año pasado, mi novio y yo nos comprometimos por escrito a castrarla una vez cumpliera los seis meses de vida. Unas tres semanas después de mi intervención, fuimos a la clínica que nos recomendaron desde la protectora, a unos diez kilómetros de nuestro piso, cerca del barrio en el que crecí en el extrarradio de Barcelona. Según nos íbamos acercando al local, tuve un flashback y comprendí que la consulta estaba junto a la rotonda de la farmacia a la que me acercó a mis veintipocos una amiga en coche mientras llovía. Era la misma en la que compré un test que me cambió la vida y a la que nunca volví. Fue recordarlo y la clínica a la que solo íbamos a consultar y echar un ojo cobró un carácter único, prácticamente mágico: no había más que hablar, si estaba en ese punto clave era porque, precisamente, tenía que ser el lugar donde debíamos intervenir a Rumba. Una conjunción curiosa, dirán algunos. Yo lo sentí como una señal cósmica.

Hilma Af Klint, la artista mística que hizo de sus señales arte. En sus diarios había más de 25.000 páginas de los mensajes que recibía en trance.

Hilma Af Klint, la artista mística que hizo de sus señales arte. En sus diarios había más de 25.000 páginas de los mensajes que recibía en trance.


No sé si le pasará al resto, pero me fascinan las historias sobre extrañas coincidencias. Me encanta leer sobre ellas, escucharlas, repetirlas hasta desgastarlas. En mi persona lo considero como un defecto de fábrica, mi pequeña propia tara. Toda mi vida me he considerado como una persona altamente racional. No me tomo en serio ni el horóscopo ni las terapias alternativas, me río de todos los consejos de Gwyneth Paltrow y me irrita cuando mis amigas se desentienden de sus responsabilidades culpando a Mercurio retrógrado. Pero, ah, no soy la misma si hablamos de coincidencias. Lo de las señales y la serendipia, en mi cabeza, juega una liga distinta. Es escuchar alguna de estas enigmáticas casualidades y es como si otra Noelia, más ilusa, maleable y estúpidamente crédula, tomara el mando con los ojos y la boca siempre bien abierta.

¿Que a la escritora Rachel Cusk le dolieron tanto las muelas el día que su exmarido fue a por sus cosas a la que había sido su casa que se las tuvieron que extirpar de raíz a las pocas horas con unas tenazas? Lo que sacaría de esta sincronía si Carl Jung viviera. ¿Que Annie Ernaux decidió entregarse a su aventura con un hombre 30 años más joven cuando descubrió que el apartamento de él estaba justo delante del hospital al que la llevaron en su juventud por una hemorragia post aborto clandestino? Por supuesto que tenía derecho a escribir que aquello era "la señal de un hallazgo misterioso y una historia de amor que había que vivir al máximo". Yo hubiese sentido exactamente lo mismo.

Más que vergüenza ajena, sentí mucha ternura y comprensión por Robbin Stone, el personaje obsesionado con los números y las señales de 'Los ensayos' de Nathan Fielder (disponible en HBO).

Más que vergüenza ajena, sentí mucha ternura y comprensión por Robbin Stone, el personaje obsesionado con los números y las señales de 'Los ensayos' de Nathan Fielder (disponible en HBO).

Durante un verano de mi vida, en el que dormía poco y salía demasiado, estuve tan obsesionada con las señales que vivía apofénica perdida. Del griego ἀπό (apó, "separar, alejar") y φαίνειν (phaínein, "aparecer, manifestar(se) como fenómeno, fantasía"), la apofenia es la experiencia o estado mental que consiste en percibir patrones en sucesos aleatorios o en datos aparentemente sin conexión. Aquel pegajoso estío que pasé en una isla, en el que buscaba sentido a mis decisiones hasta en las combinaciones numéricas de las matrículas de los coches, me crucé con un búho mientras conducía por una carretera sin iluminar de camino a encontrarme con un hombre que apenas conocía. Di media vuelta porque lo sentí como un mal augurio. Sigo pensando que hice bien.

Cuando entrevisté a Jessa Crispin y me dijo que "Jung creía que si necesitases un parón y te negases a ti mismo aceptarlo, llegaría un coche y te atropellaría", me hizo especial gracia escuchar la seguridad con la que defendía tal afirmación. Cuatro años después, con varios miomas extraídos de mi cuerpo y casi dos meses de baja a cuestas, ya no me atrevería a contradecirla. Se me han quitado las ganas de hacerme la lista.

Qué he consumido en este parón:

 En S Moda nos hemos obsesionado con:

 

 

 

 

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